24/7/09

Estás ahí -

Casi una hora para el mediodía. El calor abochorna los campos, los pájaros no vuelan, no hay brisa que mueva los árboles y tú estás ahí estoico en tu hierba caliente, rodeado por el canto de las cigarras que en vano tratan de alegrar el polvo con sus pequeñas regaderas. Estás ahí.
Yo abro la ventana para aplaudir tu actuación. Lo haces muy bien. No hay otro como tú. Con los brazos abiertos y el corazón expuesto a la intemperie, recibes los cuchillos del sol, los martillazos del verano que te sacan hasta el último suspiro.
El mediodía ha de llegar a su máxima estatura, entonces enfilará sus espinas sobre tu cabeza. Tú seguirás callado hablando por medio del silencio. Yo he de seguir en la ventana atento a tu monólogo.
Pasará el mediodía, llegarán las horas terribles de la tarde, cuando casi llegues a incendiarte. En ese momento estaré tan metido en tu impotencia que ya no sabré si estoy en la ventana.
Cuando el ocaso llegue, habrá sangre sobre el polvo. Instintivamente me tocaré la frente creyendo que es la mía.
Ya no soportaré mirar tu martirio, entonces te he de traer a casa, te curaré las heridas, refrescaré tu corazón y al día siguiente cuando el sol despunte para continuar el sacrificio, tú estarás en la ventana y yo en tu lugar.
Cada día compartiremos la experiencia. Una vez en el campo, otra en la ventana, hasta que el invierno llegue, hasta que las cigarras dejen de llorar, hasta que el sol ya no hiera, hasta que ya no haya martillazos, ni sangre sobre el polvo. Hasta que sólo quede tu resurrección, hasta que enraizado en la tierra comiences a echar cogollos, flores, frutos. Hasta que seas un árbol lleno de pájaros, y tus ramas lleguen a mi ventana a ofrecer nidos donde puedan abrigarse mis poemas.

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